Portfolio: Cromill
Mi vida ha sido como una redondeada piedra de plomo deslizándose entre las frías llamas de una avalancha.
Las cuales eran bastantes frecuentes en mi tierra natal cerca de la ciudad de Mirabar. Mi juventud fue como la de cualquier otro enano de la región aprendiendo las costumbres de la tierra y los frutos de la roca. Ayudando desde pequeño en las labores de la forja familiar que regentaba mi tío Klaus Santaferro.
Pase mis primeros 6 lustros de vida trabajando para Klaus realizando las tareas de mensajero y empezando por cuenta propia algunos trabajos de poco valor. El moldeo y diseño de piezas en la forja pronto llamo mi total atención olvidando el resto de estudios principales del clan, escapándome de las clases para ir junto a mi tío.
El tiempo empleado en el metal pronto dio sus frutos imaginando nuevos diseños y modelos de herramientas que podrían mejorar el trabajo de mis congéneres, forjando pequeñas piezas y encargos sencillos.
Un día todo mi mundo se volvió blanco, regresando de un encargo a la ciudad de Marais et Cork una avalancha bloqueo el camino obligándome a dar un amplio rodeo por los bosques. El atardecer dio paso a la noche extenuado por el inesperado rodeo cuando un extraño jabalí de tonos marfileos apareció ante mi. Sin previo aviso se lanzo a la carrera y estrello su pesado cuerpo contra mi figura lanzándome contra unos arbustos cercanos.
Cuando desperté ya era pleno día y un pinchazo agudo no cesaba en martillear mi costado izquierdo. Dolorido conseguir llegar al anochecer a mi pueblo para contemplar angustiado todo arrasado y pasto de las llamas, con las edificaciones destrozadas y las calles inundadas de cadáveres y alimañas carroñeras que empezaban a darse su festín. Corrí desesperado hasta llegar a mi casa, la forja, con el corazón constreñido en los pies, contemplando horrorizado todo devastado. Recogí lo poco que quedaba utilizable y aquello que podía cargar mientras la determinación envolvía mi espíritu.
El ser humano era un destructor por naturaleza y yo había contribuido a tal carnicería con mi talento y mi habilidad con el metal.
Una chispa broto fugaz en mi interior mientras contemplaba como los carroñeros e insectos se hacían cargo de los cuerpos esparcidos por las calles y casas derruidas. La furia envolvió mi mente, solo con ella llegaría a alcanzar la plenitud y redimir mi culpa en aquella matanza sin sentido. La sangre llama a la sangre, los hermanos caídos continuarán su lucha cuando mis puños apaguen el aliento de sus verdugos. Mis hermanos fueron débiles pero mis manos no volverían a temblar, mis pies nunca darían un paso en falso lentos pero sin pausa contra aquella fuerza destructora que había arrasado mi prometedora infancia.
Sabiendo que poco podría hacer en mi estado actual me dirigí hacia el norte subiendo por la montaña olvidando los arañazos y las punzadas de dolor y cansancio que recorrían mi cuerpo hasta alcanzar mi objetivo, un fuerte dique de contención que protegía el pueblo de las avalanchas. Mientras un rugiente manto blanco cubría las ultimas casas de mi ciudad natal mi mente desfallecía extenuada dejándose mecer por las frías brisas del amanecer.
Desde entonces he deambulado entre los bosques alimentándome de las sobras de los animales y las frías nieves que cubren los altos cerros de las montañas siguiendo la pista de la destrucción que asolaba la región entrando en batalla sin importar el rival ni el bando. Probando la fuerza de mis brazos y la firmeza de mis pasos conocedor que mi meta distaba mucho de aquellas simples escaramuzas.
Una década paso mientras las batallas se hacían más numerosas y feroces combatiendo entre los cada vez más frecuentes experimentados guerreros como una animal frenético sabiendo que retroceder significaba el fin. Fue tras una de ellas que un hombre anciano me encontró desfallecido entre los cuerpos de aquellos que no habían salido victoriosos. Sin fuerzas para enfrentarme a la tierna sonrisa que se acercaba, sintiendo que mis extremidades pesaban como duras losas de granito me deje envolver por aquel anciano y fui trasportado en un carro hasta una extraña granja.
Allí volví a disfrutar lentamente de la compañía de otros niños que tan hondamente había enterrado en mi memoria. Pero el proverbio “el tiempo lo cura todo” tomo mi ser como ejemplo de excepción evitando que aquello que en su momento surgió y vivió en mi interior perdurase sin apagarse entonando el cántico que desde hace lustros se convirtió en mi senda.
Tulcan Than, el sonriente anciano que nos cuidaba, daba trabajo y educación en la granja, pronto vio que mi espíritu rugía por ser libre por lo que un día me aparto del grupo que arábamos el campo y me llevo cruzando el bosque cercano hasta una tribu de bárbaros donde me presento. Eran Los Caballos de Uldru y junto a ellos aprendería a controlar y cabalgar mi bestia interior.
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